lunes, 19 de abril de 2021

¡Sí a la Superliga Europea! Una justificación desde la Sociología.

La sociología española debe posicionarse indefectiblemente en la constitución de una Superliga Europea de fútbol. Esta sentencia viene al hilo de las declaraciones de Josep Maria Bartomeu, presidente del FC Barcelona, quien aseguraba que los clubes de fútbol más ricos de Europa habían ratificado, durante un contubernio secreto, la creación de una Superliga de los clubes más ricos del continente.

Esta nueva liga se pretende empezar en 2022 y supondría el abandono de las ligas nacionales por parte de los clubes más ricos del continente. A priori, este hecho pareciera ser irrelevante o ajeno a la sociología, más desde principios de siglo pasado los estudios de sociología urbana de la Escuela de Chicago parecen apuntar lo contrario. De la citada escuela emanaron los estudios de ecología urbana, los cuales descubrieron que tanto para antropólogos como para sociólogos (si es que tiene sentido la diferencia), el ámbito urbano es un perfecto marco donde aplicar los estudios disciplinares.

En este sentido, el prolongado proceso jurídico que se inicia en 1966 con el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, que prosigue con la Declaración Universal de la UNESCO sobre Diversidad Cultural, daría pie a la (hasta ahora) concluyente Declaración de Friburgo. En estos textos de defensa del Patrimonio Cultural se afirman los presupuestos teóricos-metodológicos de la Escuela de Chicago. La proposición es la siguiente: los habitantes de la ciudad también tienen cultura, esto es ritos y creencias, formas de organización y división del trabajo, entre otros dispositivos culturales. Esto nos hace a nosotros, habitantes de la ciudad en una sociedad postcapitalista, bastante similares a aquellas tribus de cazadores-recolectores tan exóticas.




Este conjunto de pronunciamientos de la ONU y la UNESCO conllevaban a validar aún más las proposiciones que hace Levi-Strauss, quien en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial escribiría Raza y cultura. Allí el autor francés aseguraría que el factor que diferenciaba a las comunidades humanas no era la predestinación biológica (su “raza”), sino los condicionantes socioeconómicos donde se insertan. Por ello, las instituciones creadas por el ser humano en distintas sociedades son comparativamente similares entre sí, es decir convergentes (Harris,1995; 102) aun guardando sus particularidades sociohistóricas. 

En virtud a lo anterior, retrotrayéndonos a la Declaración Universal de 2001, podemos leer que la UNESCO y las Naciones Unidas velarán por “asegurar la preservación y la promoción de la fecunda diversidad de las culturas”. Siendo de tal forma, aquellos rituales del ámbito urbano y los grupos culturales-festivos propios de nuestro entorno debieran ser preservados. Esta diversidad de manifestaciones patrimoniabilizables de carácter urbano-occidentales conforman un rico y diverso espectro, donde podríamos encontrar el Flamenco, las festividades romeras del ámbito meridional español, pasando por edificios fabriles en el ámbito urbano, e incluyendo ciertos olores, colores e incluso el mismo ‘skyline’ de una ciudad. 




Entre las manifestaciones culturales urbanas, en el entorno occidental destaca de sobremanera el fútbol. La práctica deportiva engloba un conjunto de valores, instituciones y formas de sentir y expresarse, que constituyen al entramado social que lo engloba como un ritual deportivo cuya densidad simbólica excede los límites del mero fenómeno deportivo. Por lo cual, el fenómeno futbolístico acaba siendo (Segalen, 2005; 94) por sus características un acontecimiento social, donde el ambiente festivo que suele acompañar a las prácticas deportivas se imbrica con otras capas de significado simbólico. Estas capas secundarias con alto valor simbólico recrean un conjunto de valores que según Segalen son propios del modo de producción capitalista industrial, siendo una manifestación social que engarza con los valores bajo los que se asienta nuestra sociedad. 

Recogiendo otros trabajos sobre la misma temática (Marionetti o Bromberger, entre otros) la socióloga acaba determinando que el fútbol adquiere su carga simbólica configurándose en “un atajo simbólico […] que sirve de pulso a la existencia, sobre el que los hinchas pueden proyectar sus peculiaridades, las de su existencia singular”. 

Siguiendo la misma línea argumental anteriormente expuesta, el fútbol para Segalen es una guerra subvertida entre identidades de múltiple espectro, donde encontramos enfrentamientos raciales o de clase, destacando primordialmente las pugnas territoriales. En el panorama español esta tensión territorial adquiere una impronta muy destacable, pues los clubes de fútbol son inalienables de su ciudad, otorgándosele al estadio cierto valor simbólico. Esto podemos comprobarlo en las denominaciones de los estadios, los cuales a menudo guardan relación con el territorio. Como prueba de esto tenemos varios ejemplos en nuestro ámbito: en referencia a ríos que pasan por las ciudades tenemos al antiguo estadio Manzanares del Atlético de Madrid o el estadio Sadar del Osasuna de Pamplona. También hay estadios con referencias a relieves geográficos (Estadio Mendizorroza del C.D. Alavés, por ejemplo, o el estadio Mestalla del Valencia C.F.). 




Quedando patente la intersección entre fútbol y territorio, obviamente se considera una aberración simbólica el cambio de estadio, de su nomenclatura, y por supuesto, el traslado de un club de fútbol a una ciudad diferente. Desde el punto de vista analítico podríamos considerarlo dentro de las prácticas impuras, en términos de Mary Douglas, pues desligaría el tejido social que se crea en torno a estas instituciones deportivas de sus respectivas zonas de asentamiento. 

Siguiendo la definición del fútbol como acontecimiento que propicia fenómenos sociales, en él encontramos una división sexual (afortunadamente en claro declive). También es posible encontrar otros comportamientos que evidencian una conflictividad social reprimida, cuya abierta manifestación durante la jornada futbolística11 engendra un proceso de inversión social permitida, es decir, “una verdadera antiestructura, tolerada dentro de unos límites por los poderes públicos, ya que cierran los ojos sobre los excesos festivos, la perturbación de la circulación y los bocinazos nocturnos” (Segalen, 2005; 94).

Por lo tanto, finaliza Martine Segalen que los principios deportivos bajo los que se asienta la práctica del fútbol son simples, pero los presupuestos ideológicos sobre los que se fundamenta la práctica social son algo más complejos. Identifica la socióloga como el valor fundante, y que da sentido a la práctica, la “presunta igualdad teórica de oportunidades” (Segalen, 2005; 95). Si por cuestiones sociopolíticas, se socavase esta tradicional igualdad de oportunidades, entenderíamos, por lo tanto, que pondríamos en peligro los fundamentos ideológicos que sostienen las prácticas sociales en torno al fútbol. Por ello, preservar una práctica deportiva competitiva es sinónimo de fomentar y cuidar aquellas nociones ideológicas que han generado que el fútbol se haya convertido en un fenómeno de masas. 




Sin embargo, no hay que obviar que los clubes de fútbol han sido atravesados desde finales de los años 80 por diversas lógicas economicistas que han convertido a las antiguas sociedades deportivas en empresas que facturan decenas de millones al año, e incluso centenares de ellos. Lo cual de por si no tendería a ser un problema para el fútbol, si no fuera porque el reparto de las ganancias generadas por la competición es excesivamente desigual, al menos en España. Esto desvirtúa la competición, ya que los medios materiales con los que cuentan los clubes son extremadamente desiguales. 

Si aún pervive cierto ensoñamiento de competir en igualdad de oportunidades, los datos objetivos nos atestiguan lo contrario. Respecto de las ganancias generadas por la Liga Española, en cuanto al reparto televisivo del curso 2019/2020, de los veinte clubes de Primera División de España, tres de ellos se quedan con 441 millones de euros, mientras que los doce clubes con menos ingresos conjuntamente solo obtuvieron 541 millones. En el mismo sentido, los mismos tres clubes acaparadores a los que nos referíamos anteriormente, suman un presupuesto que asciende a un total anual de 1.648 millones de euros. El presupuesto conjunto que manejan los 17 clubes restantes ni siquiera los iguala, siendo 1.334 millones de euros los que aglutinan el resto. Como resultado esperado, desde el año 2000, el campeonato liguero siempre ha caído en manos de uno de estos tres gigantes clubes, salvo dos contadas excepciones (en 2002 y en 2004).

La desigualdad de presupuestos conlleva a un falseamiento de la competición donde tres clubes tienen capacidad para competir entre sí y el resto compite por los puestos sobrantes. Esto choca frontalmente con la igualdad real de oportunidades. El presupuesto desorbitado que manejan los “superclubs” conllevan a un expolio de profesionales, debido a que las nóminas que pueden pagar éstos a sus empleados es incomparable con la del resto de clubes. En última instancia está vaciando de contenido y de seguidores al tejido social que rodeaba a los clubes de fútbol. Históricos de la Primera División como el Celta de Vigo, el Racing de Santander o el Mallorca CF tienen problemas para atraer a seguidores a sus estadios debido a la hipertrofia de los tres grandes clubes de la Liga.

En última instancia el motivo por el cual compite un equipo es por obtener el triunfo. Si el triunfo queda velado para los clubes moderados estaríamos hablando de una competición trucada desde el comienzo. En este sentido, parece cada vez más necesario una modificación de la liga de fútbol. La salida de estos tres grandes clubes de fútbol de la Liga española, para jugar una “superliga de clubes ricos”, podría conllevar a la progresiva disminución de la desigualdad estructural provocada por la existencia de “super-presupuestos” frente a presupuestos moderados. tendríamos una liga de fútbol mucho más competitiva y asequible, donde el título pudiera ser conseguido por cualquiera de los contendientes.




Si no preservamos la máxima de que cada equipo juegue en igualdad de competiciones, a la larga acabaremos por destruir los vínculos y asociaciones, identificaciones sociales o festejos asociados al fútbol, y su estrecha relación con el territorio. La pervivencia del fútbol como práctica social pasa inexorablemente por reforzar el principio de la igualdad de oportunidades.

Construir una liga de fútbol cuyos presupuestos económicos mantengan mayor igualdad entre ellos se antoja difícil, ante la negativa evidente de quienes se llevan una mayor porción de la tarta. Es por ello, que la Sociología como disciplina debe posicionarse a favor de la creación de una Superliga de clubes ricos, pues sólo la salida de estos “superclubs” a otra competición diferente de la española podrá generar el impulso necesario para un nuevo concierto económico entre clubes.

Como analistas prioritarios de grupos humanos y de sus construcciones humanas, los sociólogos (que en su versión excesivamente cualitativa se hacen llamar aún antropólogos) deben de velar por que la Declaración de Friburgo se cumpla y se imponga. Deben velar por preservar ese tejido social surgido al calor de las “peñas de fútbol” de barrio, y por ello, propongo e imploro que haya un posicionamiento unánime en torno a la defensa de esa nueva “Superliga de clubes”. Pues como hemos argumentado anteriormente, planteamos que podría conllevar indirectamente a la defensa de una liga competitiva de fútbol en España.

Entendemos que nuestra actual liga de fútbol es insostenible socialmente, pues tiende a una hipertrofia, a una macrocefalia que eclipsa al resto de contendientes y sus opciones deportivas. Por ello, si seguimos manteniendo esta competición en los actuales estándares, o con el mismo esquema distributivo de ingresos, inexorablemente nos encontraremos contribuyendo a desvirtuar, alterar y socavar los cimientos de un fenómeno de masas que lleva más de cien años confeccionando sentimientos, pautas de interacción, solidaridades, y lo que es más importante, formas de entender esas victorias y derrotas que constituyen la vida.





Texto extraído de un artículo propio publicado en la revista Florilegio.

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