Gracias
al esfuerzo de muchos habíamos olvidado una premisa muy importante, quizás este virus nos la recuerde con la máxima crueldad posible: la vida no
está compuesta de seguridades. Antes del coronavirus, todos teníamos organizada nuestra vida: los
estudiantes preparaban sus exámenes, habíamos planificado viajes a Londres o Ámsterdam, esperábamos terminar aquellas odiosas
prácticas de becario que más tarde nos darían acceso al empleo que
esperábamos... Pero llegó la guerra contra el coronavirus. Gracias al progreso, habíamos olvidado lo
que era vivir una guerra y lo que esto supone: la destrucción de nuestra forma
de vida. Hoy estamos muy enfadados, nada está siendo como esperábamos que sea.
Y nos bombardean diciendo que posiblemente, la “nueva normalidad” no será la
normalidad con la que contábamos.
Pero ese presente que
nos enfada, se enlaza con el miedo al futuro. Un futuro que no nos asegura
poder cumplir nuestras metas. No creo que exista algo más humano que el miedo a
lo desconocido. Los animales tienen miedo, pero al vivir en un presente
continuo, su miedo es instantáneo e instintivo. Sin embargo, el miedo humano se
eleva sobre los miedos animales. Somos capaces de reprimir nuestros miedos más
innatos para enfrentarnos a una situación de inminente peligro, cuando no de
muerte asegurada. Pero es mucho más complicado no sentir miedo hacia un futuro
descorazonador.
Ante este miedo que
nos consume y aborrega, el único consuelo es la fe. Entiendo que haya quiénes
se embarquen en aventuras místicas de diversa índole. No obstante, a aquellos
que no tenemos la suerte de confiar en la vida ultraterrena, la salvación tras
la muerte se nos antoja poca cosa. Pero, aún desconfiando hacia
esa vida “plus ultra” de la muerte y de aquellos que la pregonan, he de
advertir que nuestra situación solo nos salvará la Fe espiritual. ¡Pobrecitos
de nosotros si caemos en la Fe mística!
Explico mi disyuntiva:
propone la Fe mística una vía individual de salvación y una relación de tú a tú
con el Dios. Hemos de entender, que ésta es contraria a la Fe espiritual, que para lograr nuestra salvación nos induce a creer en aquello que está por encima de lo material y
relacionado con los sentimientos: los valores sociales. Esta última, la Fe espiritual es la Fe en la
solidaridad, es la Fe en el compromiso social, es la Fe en la cooperación y es
la Fe en el compañerismo. Es la Fe que conduce, en líneas generales, a la
salvación colectiva de nuestro país.
A pesar de mi duda en
la salvación mística y eterna, si creo en la salvación espiritual, que busca
soluciones colectivas al dolor terrenal que nos está provocando esta guerra y sus consecuencias. Según nos cuentan, la economía de nuestro país parece
diluirse como un azucarillo en un café. Estando recluidos, ni siquiera tenemos
la posibilidad de ver a nuestros seres queridos. Y para rematar, según la
emisora que pongamos, la televisión nos hablará de las fechorías de unos o de
otros políticos. Nada nos ayuda a confiar en la solidaridad nacional, cuando la
oposición actúa como un buitre sobrevolando al moribundo en medio del desierto;
esperando que acabe la agonía de aquel, para darse un festín con su cadáver.
La salvación nacional
que necesitamos es lo contrario a este comportamiento político. La salvación
nacional es Protección Civil pidiendo que nadie más se apunte, debido a que están
saturados de voluntarios. La salvación nacional es el compromiso social con los
que menos tienen, pues son los que más necesitan. Necesitamos una salvación
nacional del nihilismo en el que nos encontramos inmersos desde la crisis del
2008. Hay una enorme sensibilidad social en nuestro país, que propicia que tengamos potencial para convertirnos en un país próspero y solidario.
Pero el voluntarismo
social que levanta verdaderas pasiones y desborda nuestro país, no
siempre está acompañado de políticas a su nivel. Por ello, a pesar de que el
tiempo que viene no es precisamente un tiempo fácil, quizás haya sido
beneficiosa esta crisis. Un tiempo de crisis es un momento repleto de
oportunidades, pues es idóneo para los cambios de modelo político, social y
económico.
Intolerablemente dejamos
pasar la anterior crisis echándonos en brazos de aquellos que debilitaron
nuestro bien más preciado: la salud. Casi una década en sus manos, donde la anterior crisis la pagaron quiénes pagan siempre todos los platos rotos. Hicieron que
nos despidieran más barato, para que nos volvieran a contratar (con suerte) con
peores condiciones laborales, ¡y tuvimos que dar las gracias por “salvarnos de
la crisis”! Después de bajarnos el salario, disminuyeron las plazas para
oposiciones, y convirtieron al denostado mileurista, en un exitoso ciudadano.
Empujados por las circunstancias, nos vimos obligados a recurrir al alquiler, y
también nos subieron los precios. Aquellos que defienden a ultranza
la familia, convirtieron formar y mantener una, en la más absoluta de las
odiseas humanas.
Ante las soluciones a la pasada crisis, debemos de haber aprendido la lección. Esta crisis
debe ser el punto de inflexión a estas políticas y a este tipo de soluciones.
Debemos de ser conscientes del problema estructural de nuestra economía, somos
un país cuyos cimientos económicos son débiles. Tras la quiebra de la construcción, gran
parte de la salud de nuestras finanzas se ha asentado en la restauración y el
turismo, con los problemas que acarrea. A pesar de ello, no debemos crear
rupturas maximalistas, que en España nunca han dado resultado. Pero sería
conveniente crecer en otras parcelas. La financiación europea debe servir para
vigorizar estos nuevos sectores económicos. A nuestro gobierno le deberemos
exigir elegirlos cuidadosamente y con vocación de futuro, pues éste será el
germen de nuestra prosperidad venidera. Las energías renovables, la
reindustrialización, las nuevas tecnologías y la investigación deberían de ser
inexorablemente los ámbitos que reciban mayor inversión, para convertirse en los pilares de la nueva España que tras el coronavirus construiremos entre todos.
Pero esta ayuda europea
a la que hacemos mención no viene sola. La reconstrucción de nuestro país
tiene una historia detrás que no deberemos olvidar. La Europa solidaria ha
vencido, pero contra ella siempre estuvo la derecha neoliberal. Llamándose
falsamente patriota, la derecha neoliberal en nuestro país apoyó al gobierno
holandés y alemán pidiendo que no se financiase a España. A finales de abril,
decía Pablo Casado, el líder del Partido Popular que “no veía claro que se financiase al
gobierno de Pedro Sánchez”. Frente a aquellos que aman la bandera pero desprecian
a sus compatriotas, conjuntamente a los gobiernos progresistas del sur europeo, el gobierno de España logró que la Unión Europea aprobase numerosas propuestas
europeas para refinanciar el país. Poniéndole cifra exacta, se calcula en torno
a 15.000 millones de euros, solo para España. Su devolución estará casi exenta
de intereses y no conllevará a la intervención económica del país por la Unión
Europea, como anteriormente si permitiera Mariano Rajoy tras la última crisis.
Disipar el miedo
propio y el miedo ajeno será una tarea pedagógica fundamental para confluir en
el progreso del país. El miedo a la incertidumbre deberá dejar paso a la
esperanza de saberse poseedor de una oportunidad nacional histórica para un mejor país. Debemos
exigir que el futuro de nuestra nación destile solidaridad, igualdad, prosperidad e
inclusividad. Será responsabilidad de nuestro gobierno reconstruir el país en
torno a esos cimientos, al igual que la creencia y defensa de estos cimientos
sociales serán el deber patriótico que albergaremos todos.