Y tiene su lógica la categoría de proscrito para Jordi Garriga. Imagínense alguien que se declara abiertamente 'antiliberal', en una sociedad como la nuestra, que ha sido edificada bajo los principios del liberalismo. En esa lucha consciente contra el Leviatán encontramos a nuestro entrevistado, combatiendo desde la filosofía. A Jordi Garriga su compromiso social lo ha empujado a investigar nuestra historia . Para el público común, ensimismado y amante de la libertad individual, sus obras supondrán un rompecabezas, difícil de encasillar en los antiguos moldes políticos europeos de izquierda o derecha. Será que quizás encajen mejor en el 'populismo integral' que se pregona más allá de los Urales, donde suena una balalaika entre grandes pinos nevados.
Quizás ese sea el atractivo añadido de esta entrevista, pues a la misma vez que construye un análisis a los problemas de nuestro tiempo y nuestro país, deja un goteo constante casi imperceptible pero efectivo contra nuestros tradicionales valores liberales. Jordi Garriga supone un azote punzante, cuyas frecuentes sentencias polémicas contrastan con una lucidez al alcance de pocos. Su eclecticismo es el de un hombre libre que no ha utilizado la política para vivir, sino su vida para la política. Quizás esa honradez del activista convencido, es la causante y la inspiración de su último artículo en Mediterráneo Digital, donde honestamente alaba al ex-secretario comunista Julio Anguita, aún no siendo precisamente Anguita correligionario suyo.
Sin ánimo de enturbiar y acallar a nuestro entrevistado, os dejo con él para que saquéis vuestras propias conclusiones:
R. España es una nación. Los separatistas mienten porque reclaman un retorno al feudalismo como algo nacional, cuando no lo es. El separatismo en los actuales Estados europeos no es más que neofeudalismo, en el sentido de que su único afán es reforzar poderes locales, muy locales, incitando a la defensa de señas de identidad que, a día de hoy, no son los Estados nacionales europeos los que las amenazan, sino la globalización contra la que no dicen palabra alguna. Es una nación porque ya desde la Geografía de Estrabón se nos considera algo unitario, ya la Reconquista es el intento de restauración del reino hispano-visigodo, luego de la cual fuimos el primer Estado moderno de Europa. ¿Diferencias culturales? Eso es algo natural, no político.
P. La constitución española afirma la existencia de naciones dentro de la nación española, ¿es esto una contradicción terminológica? ¿cómo solucionaría usted el debate?
R. Eso fue un arreglo de la época, que desmiente la mitología separatista acerca de la confección de la Constitución, hecha según ellos bajo la amenaza de los malvados franquistas agazapados en la eterna España dictatorial… Fue un arreglo que se supuso sin consecuencias, tal como se suponía sin consecuencias el derecho de autodeterminación en las constituciones de la URSS y Yugoslavia, que fue un adorno bonito mientras el Partido comunista estuvo al mando. Luego, simplemente sirvió como bomba de relojería para destruir ambos Estados. Para el caso español es otra bomba de relojería, pues no puede haber naciones dentro de otra nación, aparte de que no especifica qué nacionalidades son esas, luego cualquier región o comarca, usando algún legajo medieval, requerirá su reconocimiento, luego privilegios: la destrucción de la ciudadanía en suma.
El debate se soluciona con una reforma constitucional, que si no se realiza es por los intereses mutuos entre las diversas facciones, claramente neofeudales, que integran la llamada "Casta". Hay un equilibrio que mantener y de momento les funciona.
P. Usted admite una inquina entre la izquierda contra España, ¿a qué se lo achaca? ¿es reversible? ¿Es generacional?
R. Como observador externo de la izquierda, creo ver una evolución en paralelo de dos mitos: por un lado la asimilación de la cultura franquista que identificaba al Estado de quiénes vencieron en 1939 con la "verdadera España" (ellos confeccionaron el término “antiEspaña"). Por el otro, el triunfo del internacionalismo y de las luchas de liberación nacional de los 60's, ya no en el sentido de solidaridad entre naciones, sino de lucha global contra la opresión y de diferenciación entre naciones oprimidas y opresoras, entre atrasadas y desarrolladas, entre víctimas y verdugos. Lo curioso es que precisamente fue esa idea la que estuvo en la base de los fascismos de la primera mitad del siglo XX. Y por ello España debía avergonzarse de su antiguo imperio, y reconocer a las naciones oprimidas en su interior.
No es reversible, ya que la izquierda actual se halla embarcada plenamente en la construcción del mundo global sin fronteras, repleto de micro-naciones incapaces de hacer frente al brazo armado de las instituciones planetarias, donde la realización individual debe pasar por tener una identidad líquida, luego tener una patria es un acto retrógrado: seguirá fomentando la destrucción de las existentes y, cuando se formen nuevas, vindicará su destrucción nuevamente.
Ignoro cuál es la tendencia entre la juventud de izquierda o que se considera de izquierda, aunque veo que hay de todo. Los comunistas que yo llamo viejos arrastran desde hace 50 años un complejo de culpa irresoluble entre sus sentimientos y lo que el PCE fomentaba en el discurso oficial. Cuando en Cataluña hablaban en asambleas, muchos se veían obligados a disculparse por no hablar en catalán, ahí se vio la tendencia que no ha hecho más que empeorar.
P. Los países occidentales reniegan de la etnicidad como elemento fundacional y legitimante de sus estados. Sin embargo, apoyan sin mesura la autodeterminación estatal de pueblos étnicos, como por ejemplo el Kurdistán o Palestina. ¿Cómo se relaciona esta contradicción? ¿todos los pueblos étnicos deben tener su propio estado? ¿qué ocurre con los territorios donde conviven diferentes poblaciones?
R. Esa es ciertamente una grave contradicción. La excusa es que dentro de un Estado “democrático” sí que serían libres y respetados, pero al tratarse de un país dictatorial según los estándares globalistas, son la excusa perfecta para destruirlos, tal como pasó en Kosovo en 1999, cuando Serbia fue bombardeada alegando un presunto genocidio.
La cuestión étnica es una cuestión materialista, biológica. Y eso pertenece al terreno de la naturaleza, de la ciencia, no de la política. En Europa no hay ni una sola nación “pura” si se admitiese el compartimento estanco como medida de valoración: una lengua, una raza, un territorio, una cultura. Creo que solo se salva Islandia y ello por su lejanía. En Paría hay más corsos que en Córcega, entonces… ¿Dónde está Córcega? La cuestión étnica es una eterna matrioshka.
Si en un mismo territorio conviven diferentes poblaciones, entendiendo a éstas como de origen radicalmente diverso, hay un grave problema que debe resolverse con el tiempo. Si no se resuelve, tenemos algo parecido a los Balcanes, con disputas ya milenarias sin solución alguna. En el caso de España, ello se resolvió mediante las expulsiones, las conversiones y la Inquisición. En el resto de países de Europa, también. Nadie de nosotros recuerda si sus antepasados fueron romanos, godos, bereberes… El multiculturalismo destruye a las naciones por dentro, pues es signo de inestabilidad constante.
P. En sus artículos usted aboga por recuperar la soberanía nacional frente a las organizaciones supranacionales, como por ejemplo la Unión Europea. ¿Contempla que el papel de España en la arena internacional pueda depreciarse mediante la salida de la Unión Europea? ¿Por qué no considera a la Unión Europea una herramienta con potencial para la impugnación del modelo neoliberal?
R. Yo soy europeísta. Mis ideas respecto a lo que es una nación me imponen a considerar a Europa como la nación del futuro y las estructuras de la UE lamentablemente están orientadas a hacer del continente un mero mercado al aire libre, sin soberanía política firme ante los retos que se avecinan. Apuesto en estos momentos por una escalada revolucionaria contra una idea abstracta de Europa, dirigida a destruir su diversidad para ser una región más del One World. La actual UE se refleja en el espejo estadounidense, donde se llama Estados a cuadrículas sin identidad, donde la moral capitalista es la religión y donde el pasado se olvida por completo o se odia directamente, tal y como ellos hicieron al cruzar el océano.
P. Hay un conflicto abierto entre los intereses de las distintas regiones de la Unión Europea. ¿El grupo de Visegrado puede haber sido el precedente para la conformación de un grupo de países mediterráneos con intereses comunes dentro de la Unión Europea?
R. Es una lucha de clases entre el norte y el sur, eso está claro. Y ciertamente, la unión hace la fuerza, por lo que ese tipo de unión lo veo deseable. Lo triste es ver que no existe voluntad política alguna. Nuestros políticos son unos meros funcionarios encantados de cumplir con un papel de mayordomos, y más cuando sus actuaciones apenas tienen consecuencias para ellos.
P. La crisis del coronavirus ha puesto en riesgo la solidaridad europea. Uno de los países que más nos ha apoyado institucionalmente es Portugal, un país con el cual el 65% de los españoles (según Electomanía) estaría dispuesto a unirse. ¿Cree que es factible? ¿le parece beneficioso para España? ¿podría esto generar la superación de la problemática territorial e identitaria española?
R. El iberismo es un viejo sueño por el que a mí también me gustaría apostar. Y sería el caso en el cual un Estado federal está totalmente justificado, ya que se federa para unir y no como en el caso autonómico, que se federa para romper. Ello sería factible mediante, una vez más, la voluntad política de unos cuantos. El problema surge porque la UE no lo admitiría, no dejaría que se crease una entidad estatal fuerte con posibilidades incluso de caminar sola si se diera la circunstancia.
La problemática territorial española es una cuestión feudal como he señalado antes. E incluso podría agravarla, pues dependiendo del estatus que se acordase a las partes, seguramente veríamos a muchos aspirantes a ser como Portugal entre las actuales autonomías…
P. La transferencia de competencias hacia las Comunidades Autónomas no para de crecer. ¿Es concebible a medio plazo un cambio territorial hacia el federalismo, o incluso el confederalismo?
R. El federalismo es un hecho ya en España, cuyas “autonomías” poseen más soberanía que Escocia y más capacidad fiscal que cualquier “Land” alemán… El sueño húmedo de todo separatista en España es poseer todas las ventajas de la soberanía sin ninguno de los inconvenientes. Por eso son tan partidarios de la UE y por eso nunca la abandonarían, ya que, como buenos feudales, les estará bien que de la moneda y el ejército se ocupe un señor lejano que no mire mucho cuánto y como se llenan los bolsillos en su territorio particular… Confederación sí, pero de España y en brazos de la globalización.
P. Algunas veces las tendencias republicanas en España impugnan la bandera española en razón del sistema político. Sin embargo, la Constitución Española de 1978 es bastante más garantista democráticamente que la propia Segunda República. Siendo una mera disputa de símbolos, ¿la sustitución de los emblemas patrios (bandera, escudo…) puede ser una solución para reavivar la cohesión patriótica, la integridad territorial e identitaria?
R. El mero hecho de que esto sea un problema real y de que genere interminables debates, es una demostración empírica de la importancia de los símbolos. En este caso, tanto da que la bandera rojigualda esté avalada por una constitución liberal democrática: es la bandera que llevaban los franquistas, los vencedores de 1939, los representantes de la eterna España… La emotividad, la identificación con unos colores, forman parte de nuestro ADN como especie. Una sustitución de colores sería una sustitución de ofendidos, sería una deslocalización del odio y, lo que es peor, no haría a la izquierda más patriota tras décadas y décadas de discursos contra las fronteras y humanismo abstracto multicultural.
P. Asegura usted que la familia está siendo socavada por el neoliberalismo y a punto de extinguirse tal y como la conocemos. Frente a la imposibilidad de la preservación de la familia en las formas nuclear tradicional, el feminismo proporciona un nuevo reparto de roles y tareas. ¿Puede ayudar la igualdad de género que pregona el feminismo a mantener la familia y con ello mantener una tasa de natalidad acorde a las necesidades del Estado?
R. Creo que nunca he afirmado que vaya a desaparecer, sino que en el mundo moderno es un estorbo, ya que la moral capitalista se escandaliza ante la pérdida de energía que representa un hogar, donde uno de sus miembros no participaba del desarrollo económico y donde se gastaba tiempo y dinero en la crianza de los hijos, por lo que se ha privilegiado la explotación igualitaria de los dos cónyuges (y por eso ahora tanto da que sean hombre o mujer ambos) y preferentemente que no tengan hijos sino mascotas. Para el relevo generacional es más barato importar personas desesperadas de la periferia, cuya crianza ha salido gratis y estarán agradecidos de ser esclavos.
El feminismo posmoderno ha caído en el delirio de la igualdad biológica contra natura. Y esto no es político. El feminismo primitivo se alzó para igualar políticamente a la mujer en las sociedades occidentales, donde el estándar de vida y los adelantos técnicos hicieron posible aquello: sin electricidad, no habría feminismo. En cambio, el feminismo actual se desliza hacia el supremacismo cromosómico-hormonal, donde una especie de calvinismo genético determina la calidad humana de sus portadores. Es lo que sucede cuando toda buena idea se lleva al extremo.
Antaño, tener muchos hijos era fundamental para sobrevivir. Hoy, incluso es un estorbo, luego la gente actúa en consecuencia (hasta que la realidad rompa de nuevo la burbuja).