jueves, 30 de abril de 2020

Frente al miedo: las oportunidades que nos brinda el coronavirus


Gracias al esfuerzo de muchos habíamos olvidado una premisa muy importante, quizás este virus nos la recuerde con la máxima crueldad posible: la vida no está compuesta de seguridades. Antes del coronavirus, todos teníamos organizada nuestra vida: los estudiantes preparaban sus exámenes, habíamos planificado viajes a Londres o Ámsterdam, esperábamos terminar aquellas odiosas prácticas de becario que más tarde nos darían acceso al empleo que esperábamos... Pero llegó la guerra contra el coronavirus. Gracias al progreso, habíamos olvidado lo que era vivir una guerra y lo que esto supone: la destrucción de nuestra forma de vida. Hoy estamos muy enfadados, nada está siendo como esperábamos que sea. Y nos bombardean diciendo que posiblemente, la “nueva normalidad” no será la normalidad con la que contábamos.

Pero ese presente que nos enfada, se enlaza con el miedo al futuro. Un futuro que no nos asegura poder cumplir nuestras metas. No creo que exista algo más humano que el miedo a lo desconocido. Los animales tienen miedo, pero al vivir en un presente continuo, su miedo es instantáneo e instintivo. Sin embargo, el miedo humano se eleva sobre los miedos animales. Somos capaces de reprimir nuestros miedos más innatos para enfrentarnos a una situación de inminente peligro, cuando no de muerte asegurada. Pero es mucho más complicado no sentir miedo hacia un futuro descorazonador.



Ante este miedo que nos consume y aborrega, el único consuelo es la fe. Entiendo que haya quiénes se embarquen en aventuras místicas de diversa índole. No obstante, a aquellos que no tenemos la suerte de confiar en la vida ultraterrena, la salvación tras la muerte se nos antoja poca cosa. Pero, aún desconfiando hacia esa vida “plus ultra” de la muerte y de aquellos que la pregonan, he de advertir que nuestra situación solo nos salvará la Fe espiritual. ¡Pobrecitos de nosotros si caemos en la Fe mística!

Explico mi disyuntiva: propone la Fe mística una vía individual de salvación y una relación de tú a tú con el Dios. Hemos de entender, que ésta es contraria a la Fe espiritual, que para lograr nuestra salvación nos induce a creer en aquello que está por encima de lo material y relacionado con los sentimientos: los valores sociales. Esta última, la Fe espiritual es la Fe en la solidaridad, es la Fe en el compromiso social, es la Fe en la cooperación y es la Fe en el compañerismo. Es la Fe que conduce, en líneas generales, a la salvación colectiva de nuestro país.

A pesar de mi duda en la salvación mística y eterna, si creo en la salvación espiritual, que busca soluciones colectivas al dolor terrenal que nos está provocando esta guerra y sus consecuencias. Según nos cuentan, la economía de nuestro país parece diluirse como un azucarillo en un café. Estando recluidos, ni siquiera tenemos la posibilidad de ver a nuestros seres queridos. Y para rematar, según la emisora que pongamos, la televisión nos hablará de las fechorías de unos o de otros políticos. Nada nos ayuda a confiar en la solidaridad nacional, cuando la oposición actúa como un buitre sobrevolando al moribundo en medio del desierto; esperando que acabe la agonía de aquel, para darse un festín con su cadáver.



La salvación nacional que necesitamos es lo contrario a este comportamiento político. La salvación nacional es Protección Civil pidiendo que nadie más se apunte, debido a que están saturados de voluntarios. La salvación nacional es el compromiso social con los que menos tienen, pues son los que más necesitan. Necesitamos una salvación nacional del nihilismo en el que nos encontramos inmersos desde la crisis del 2008. Hay una enorme sensibilidad social en nuestro país, que propicia que tengamos potencial para convertirnos en un país próspero y solidario.

Pero el voluntarismo social que levanta verdaderas pasiones y desborda nuestro país, no siempre está acompañado de políticas a su nivel. Por ello, a pesar de que el tiempo que viene no es precisamente un tiempo fácil, quizás haya sido beneficiosa esta crisis. Un tiempo de crisis es un momento repleto de oportunidades, pues es idóneo para los cambios de modelo político, social y económico.

Intolerablemente dejamos pasar la anterior crisis echándonos en brazos de aquellos que debilitaron nuestro bien más preciado: la salud. Casi una década en sus manos, donde la anterior crisis la pagaron quiénes pagan siempre todos los platos rotos. Hicieron que nos despidieran más barato, para que nos volvieran a contratar (con suerte) con peores condiciones laborales, ¡y tuvimos que dar las gracias por “salvarnos de la crisis”! Después de bajarnos el salario, disminuyeron las plazas para oposiciones, y convirtieron al denostado mileurista, en un exitoso ciudadano. Empujados por las circunstancias, nos vimos obligados a recurrir al alquiler, y también nos subieron los precios. Aquellos que defienden a ultranza la familia, convirtieron formar y mantener una, en la más absoluta de las odiseas humanas.

Ante las soluciones a la pasada crisis, debemos de haber aprendido la lección. Esta crisis debe ser el punto de inflexión a estas políticas y a este tipo de soluciones. Debemos de ser conscientes del problema estructural de nuestra economía, somos un país cuyos cimientos económicos son débiles. Tras la quiebra de la construcción, gran parte de la salud de nuestras finanzas se ha asentado en la restauración y el turismo, con los problemas que acarrea. A pesar de ello, no debemos crear rupturas maximalistas, que en España nunca han dado resultado. Pero sería conveniente crecer en otras parcelas. La financiación europea debe servir para vigorizar estos nuevos sectores económicos. A nuestro gobierno le deberemos exigir elegirlos cuidadosamente y con vocación de futuro, pues éste será el germen de nuestra prosperidad venidera. Las energías renovables, la reindustrialización, las nuevas tecnologías y la investigación deberían de ser inexorablemente los ámbitos que reciban mayor inversión, para convertirse en los pilares de la nueva España que tras el coronavirus construiremos entre todos. 



Pero esta ayuda europea a la que hacemos mención no viene sola. La reconstrucción de nuestro país tiene una historia detrás que no deberemos olvidar. La Europa solidaria ha vencido, pero contra ella siempre estuvo la derecha neoliberal. Llamándose falsamente patriota, la derecha neoliberal en nuestro país apoyó al gobierno holandés y alemán pidiendo que no se financiase a España. A finales de abril, decía Pablo Casado, el líder del Partido Popular que “no veía claro que se financiase al gobierno de Pedro Sánchez”. Frente a aquellos que aman la bandera pero desprecian a sus compatriotas, conjuntamente a los gobiernos progresistas del sur europeo, el gobierno de España logró que la Unión Europea aprobase numerosas propuestas europeas para refinanciar el país. Poniéndole cifra exacta, se calcula en torno a 15.000 millones de euros, solo para España. Su devolución estará casi exenta de intereses y no conllevará a la intervención económica del país por la Unión Europea, como anteriormente si permitiera Mariano Rajoy tras la última crisis.

Disipar el miedo propio y el miedo ajeno será una tarea pedagógica fundamental para confluir en el progreso del país. El miedo a la incertidumbre deberá dejar paso a la esperanza de saberse poseedor de una oportunidad nacional histórica para un mejor país. Debemos exigir que el futuro de nuestra nación destile solidaridad, igualdad, prosperidad e inclusividad. Será responsabilidad de nuestro gobierno reconstruir el país en torno a esos cimientos, al igual que la creencia y defensa de estos cimientos sociales serán el deber patriótico que albergaremos todos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Sí a la Superliga Europea! Una justificación desde la Sociología.

La sociología española debe posicionarse indefectiblemente en la constitución de una Superliga Europea de fútbol. Esta sentencia viene al hi...