jueves, 9 de abril de 2020

Cómo el coronavirus puede ayudar a China a dominar el mundo


Lejos de la larga trayectoria política de intervención militar estadounidense en el extranjero, China afianza su poder internacional gracias a la cooperación económica. La crisis sanitaria global desatada por el COVID-19 está generando aún más controversias respecto al papel de unos y otros países. Mientras los clásicos aliados de España acaparan recursos y boicotean la adquisición de material sanitario, China se encarga de la provisión de gran parte del mismo. Este modelo de cooperación política y sanitaria por parte de China se reproduce en otros muchos países. ¿Será el comienzo de un equilibrio de poderes a nivel mundial?

Quizás para responder a esta pregunta deberíamos hacer un breve repaso por la política exterior de la República Popular China. Secretario del Partido Comunista Chino desde 2012, y presidente de la República Popular China desde 2013, Xi Jinping es el hombre sobre el que pivota la nación asiática. Descendiente de una dinastía vinculada a la cúpula de poder del Partido Comunista Chino, Xi Jinping se caracteriza por tener una tenaz ambición y una pragmática visión de la realidad. Ambas cualidades le han empujado a moldear a China como una gigante económico y político que disputa la hegemonía en casi todos los niveles a Estados Unidos.

El predecesor de Xi, el reformista Den Xiaoping convirtió un país aún eminentemente agrícola en una incipiente potencia emergente bajo la política de “un país, bajo dos sistemas”. Esto significó de facto el difícil intento de compatibilizar una política de atracción de inversiones extranjeras y un sistema político interior de índole socialista. A su calor, su predecesor Xi Jinping usó este nuevo “socialismo de rasgos chinos” revirtiendo el efecto: utilizar las ganancias generadas de su política exportadora, para invertir en países, principalmente en vías de desarrollo.

Xi Jinping, actual presidente de la República Popular China.


Esta política de inversión extranjera masiva ha sido canalizada a través del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Puesta en marcha oficialmente desde 2014, y llegando a ser reconocida por la Constitución del Partido Comunista Chino desde 2017, dicho proyecto se convierte en uno de los hitos a conseguir por la nación china, de forma prioritaria. Casualmente puesta en valor como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2014, la Nueva Ruta de la Seda supone la conexión de regiones escasamente bien comunicadas comercialmente, con un pretendido epicentro comercial en China. Una versión asiática del “todos los caminos llevan a Roma”. Conectaría aire, mar y tierra, principalmente a países del sudeste asiático, de África oriental, el Magreb, Asia central y Europa

La forma de levantar tan basto proyecto reside en la irrigación de millardos de yenes destinados a levantar colosales proyectos en estos países. Principalmente, invertidos en infraestructuras de transporte terrestre, marítimo y en industria energética. No obstante, aunque esta lluvia de miles de millones de yenes pareciera un regalo divino para países como Turkmenistán, Bangladesh, Yibuti o Pakistán, la forma de devolver estas ingentes cantidades de dinero genera en muchos países que observen con recelo estas ayudas e incluso a rehusar. No debemos de olvidar, las presiones norteamericanas para que los países no colaboren con el descomunal proyecto chino.

El trile es el siguiente: tras la lluvia de millones, los países destinatarios generan una deuda colosal, con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB). Este banco mantiene su sede obviamente en Pekín, y China se guarda el poder de veto, debido al casi 30% de capital directo invertido en dicha plataforma económica. De esta forma, los países destinatarios endeudados indirectamente con China se encuentran sujetos a dos grilletes que negocian políticamente: el interés y los plazos. Estas dos últimas se mueven con la soltura con la que los países endeudados realizan concesiones al gigante asiático: participaciones en infraestructuras portuarias, infraestructuras militares, participaciones en diferentes medios de información, votos a favor en resoluciones internacionales, apoyos para cargos de responsabilidad en los organismos supranacionales, etc…


Esquema gráfico de la Nueva Ruta de la Seda. Extraído de El País.

Sin lugar a dudas, pese a esto, los países endeudados logran una repercusión económica positiva.  Dado el abandono que muchos de estos países sufren por parte de las potencias económicas de Occidente, esta lluvia de miles de millones de yenes sigue efectuando un valor positivo para estos países en vías de desarrollo. Hay que recalcar, que estos estados han sido utilizados como lugares de donde extraer materias primas (coltán, petróleo, cobre, …), y que para su expolio, las potencias occidentales han recurrido a la desestabilización continuada de los mismos, incluso instigando golpes de estado.

Centrándonos en el presente, las redes de esta Nueva Ruta de la Seda se extienden hasta Europa. No obstante, los países negocian por separado la implantación y profundidad de participación de los mismos al proyecto chino, dada la ineficiente y casi ausente política exterior común de la Unión Europea. Por ejemplo, mientras Italia ha entrado de lleno en el proyecto chino, así como Grecia, Portugal o la mayor parte del este europeo; España, Alemania y Francia reniegan de una participación implicada en la misma. Precisamente, estos países que rechazan participar en la Nueva Ruta de la Seda, son aquellos que tienen una implicación mayor tanto en la OTAN, como una correlación económica superior con Estados Unidos.

En suma, el retrotraimiento de Estados Unidos en el arena internacional parece claro. La política de cooperación económica y militar de Estados Unidos se ha visto afectada enormemente tras la instauración de Donald Trump como jefe del gabinete americano. Su repliegue y el carácter unilateral de sus decisiones, se han visto laureadas con otros eventos que refuerzan su tendencia, como la posible reelección de Trump este próximo noviembre. El Brexit ha configurado a Reino Unido como un socio de primer nivel, junto con Canadá, relegando con suerte, al resto de potencias de la OTAN a un papel secundario sin lustre.

En este sentido, la entrada al gobierno del PSOE, cuyo partido mantiene una fraternidad acentuada con el Partido Demócrata americano, no facilita las relaciones bilaterales. Trump gobierna con el Partido Republicano, enemigo sempiterno del homónimo al PSOE en Estados Unidos, salvando las enormes distancias que separan al PSOE del Partido Demócrata, que son obvias, pero no podemos profundizar en este artículo. Lejos quedan aquellos años en los que España y Estados Unidos actuaban como íntimos socios, llegando a firmar acuerdos de dudosa legitimidad, como los de las Azores.

Tony Blair (Reino Unido), Bush Jr. (EEUU) y Aznar (España).


Este enfriamiento de las relaciones entre España y su hasta ahora, principal socio político, ha quedado de manifiesto durante la crisis del coronavirus. El presidente norteamericano se manifestaba de la siguiente manera según El Español: “No vamos a empezar a enviar demasiado material sanitario hasta que no tengamos un exceso de ciertas cosas. Necesitamos mucho y estamos centrados en eso”. Lejos de ayudar, Estados Unidos pone en riesgo las relaciones bilaterales con la Unión Europea, y en especial con España. Como informa El Independiente, entre las prácticas abusivas que Estados Unidos está llevando a cabo encontramos desde la compra de material previamente vendido a terceros países, o pagar sobre costes a las fábricas para hacerse con la producción entera, dejando a países menos pujantes económicamente desabastecidos.

En contraposición con estas prácticas, lejanas de cualquier interpretación de amistad y cooperación, China se está convirtiendo en un aliado estratégico de Europa en su lucha contra el coronavirus. Mientras ningún país quiere vender su material sanitario, China ha puesto en marcha junto con empresas españolas un Corredor Aéreo Sanitario que enlaza ambos países para una mayor celeridad de transporte de mercancías. Se estima que puede propiciar un trasiego de entorno a 90 millones de toneladas, de las cuáles ya han llegado a suelo español veinte de ellas.

Como indica El Español, la estrecha cooperación de China con España, ha proporcionado hasta la fecha 550 millones de mascarillas, once millones de guantes, casi mil respiradores, junto con casi seis millones de tests de detección precoz de la enfermedad.

No obstante, esta ayuda tendrá su obvia contraprestación. España se ha comprometido a una vez termina la crisis sanitaria, mantener las vías de transporte para uso comercial, así como la inversión en infraestructuras, sobre todo marítimas. A este compromiso adquirido por el gobierno de España, habría que sumársele los que están contrayendo las comunidades autónomas que actúan en el mercado sanitario de forma paralela.

Podemos comprobar con detenimiento el caso de la Comunidad Valenciana: mediante su Operación Ruta de la Seda está adquiriendo una ingente cantidad de material sanitario, gracias a la vinculación económica que están forjando numerosos inversores chinos con el Govern Valenciano. Muchos de éstos, aunque afincados en Valencia desde hace décadas, se dedican al comercio de importación y exportación de mercancías con su país de origen. Entre éstos empresarios de origen chino podemos destacar a Chen Wu Keping, Zhong Zou y o a la Asociación de Empresarios Chinos. Todo apunta, a que la donación exorbitada en dicha comunidad, mantiene una estrecha relación con la política china de invertir en enlaces portuarios en ciudades europeas. Como, en 2017, fue el caso del Puerto Marítimo de Valencia, comprada por 200 millones de euros por la empresa china Cosco.

Ximo Puig, presidente de la Comunidad Valenciana.


En cualquier caso, interesada o no, la diferencia con el trato recibido por parte de Estados Unidos es nítida. “Estamos preparados. Si España nos solicita su apoyo estamos dispuestos a enviar un equipo de expertos chinos, a ayudar a este país en su lucha” con las declaraciones de Yao Fei,  embajador de China en España, podemos apreciar rápidamente la contraposición de ambas posiciones.

En consecuencia, parece que el compromiso de España de no participar en la Nueva Ruta de la Seda podría verse profundamente afectado. Más aún, tras la negativa de numerosos países europeos a colaborar solidariamente en la lucha contra el coronavirus. El debilitamiento de la Unión Europea puede ser mortal si el Brexit desencadena una ola de egoísmo. Este aunque aún incipiente, se ha manifestado en la negativa de los países del norte a cooperar con el sur, donde los estragos del coronavirus se han intensificado. La brecha norte-sur parece quedar patente en Europa, a la misma vez que Estados Unidos se muestra como un jefe, más que como un socio. El requisamiento de material con destino a España, en los aeropuertos de Ankara por parte de Turquía, tampoco ayuda a pensar en el resto de los países de la OTAN como amigos leales.

Pero, el caso español puede aplicarse al resto de relaciones bilaterales mantenidas por China. En Italia no solo se recibe cargamentos colosales de material sanitario, también está acogiendo voluntarios médicos chinos, expertos en gestión epidemiológica. Éstos son recibidos al llegar a Italia por los ciudadanos con el himno chino, en agradecimiento por la ayuda prestada.

Sin lugar a dudas, el coronavirus supondrá un punto de inflexión en las relaciones internacionales con China, así como un cambio en su imagen ante el mundo y una prueba de solidaridad para muchos estados. La generosidad de China con España, cuya intencionalidad podremos comprobar una vez acabe esta atroz pandemia, no caerá en el olvido, de ninguna manera. Mucho menos, ante la desprotección y despreocupación que los estados tradicionalmente aliados están mostrando para todo el sur europeo.

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